Dejar el hogar

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Para las personas mayores el hogar es muy importante. “A mí, dejadme en casa, que estoy muy bien aquí.”, “¿Adónde queréis que vaya yo, a mi edad?” Estas son las respuestas que encontramos muchas veces los hijos cuando intentamos que los padres mayores o los abuelos salgan un rato fuera de casa para pasear, disfrutar de alguna actividad, o pasar un día lejos de casa.

Y es que el hogar es un entorno donde se sienten seguros, que es su “dominio”, y la persona mayor tiene la sensación de que en ese entorno es más capaz, más competente. Fuera de casa no sabe con qué se encontrará, será un lugar extraño, se desorientará o incluso no se encontrará bien allí o o no sabrá actuar con la misma naturalidad o seguridad. En casa conoce dónde están las habitaciones, dónde tiene sus cosas, dónde están los muebles y, además, tiene la tranquilidad de que, si desea descansar o no se encuentra bien, tiene un lugar tranquilo donde “refugiarse”.

Aunque la persona haya perdido visión, audición o movilidad, todo está a mano y todo lo encuentra más fácil. No tiene que hacer un esfuerzo para memorizar nuevas cosas o para orientarse en un nuevo entorno. Quizás el hogar no es el lugar ideal en términos objetivos, quizás no está adaptado a sus necesidades de espacio o de movilidad, quizás pasa la mayor parte del día sola y el entorno no es tan seguro como ella cree, pero en general las personas mayores tienden a presentar un alto nivel de satisfacción con el lugar donde viven, incluso cuando la calidad física de su residencia habitual deja mucho que desear.

Todo tiene que ver con la familiaridad de la casa por el tiempo de permanencia, por el vínculo emocional con el lugar y también con ciertos mecanismos de defensa del ego. El propio hogar y los objetos personales son una especie de prolongación de uno mismo.

Óbviamente, esta actitud de la persona mayor también tiene mucho que ver con sus experiencias vitales. No todas las personas mayores sienten este vínculo emocional con el hogar con la misma intensidad, pero suele ser más fuerte entre las personas que han pasado su vida cuidando de su propio hogar, de los hijos, de la pareja.

El hogar es también un símbolo de la continuidad familiar y de la conexión con el futuro. A menudo han vivido allí con los padres, han criado allí a sus hijos y a veces incluso han visto crecer ahí a los nietos. Cada rincón del hogar puede contener recuerdos o objetos personales, que a menudo son partes tangibles de nuestro pasado (fotografías, blocs de notas, muebles, objetos de cristal…).

Teniendo en cuenta todo esto, es comprensible que muchas personas mayores se resistan a irse de su casa, ya sea para ir a una residencia como para ir a vivir con los hijos. Incluso cuando su situación en casa está lejos de ser satisfactoria, su respuesta es más emocional que racional. Por eso, cuando es la familia la que acaba decidiendo el ingreso en una residencia, el proceso de decisión comporta una gran angustia y un sentimiento de culpa y de fracaso.

Incluso cuando la decisión de abandonar el hogar la toma la persona mayor de manera consciente y voluntaria, el abuelo o la abuela realizan el traslado con tristeza. Dejan su casa cuando sienten que no quedan más opciones, que ya no pueden vivir solos o que es lo mejor para ellos y para la familia. Lo que viven en estos momentos es un proceso de duelo, en qel que por un lado abandonan la que ha sido su casa durante tota una vida y, por otro lado, reconocen de alguna manera que se encuentran en la última etapa de la vida.

¿Habéis pasado por la experiencia de llevar a vuestro padre o madre a una residencia? ¿Cómo os sentisteis? Una vez tomada la decisión, el traslado ha sido satisfactorio? Vuestro familiar se ha adaptado bien al nuevo hogar? ¿Cómo lo hacéis para mantener su vínculo con el hogar y con los suyos? Os animamos a compartir vuestras experiencias con nosotros.

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